Así empieza el libro "Mi madre-niña":
Querida madre-niña:
Acabamos de parar en un bar de
carretera antes de llegar al mar. Quiero estar tranquila y cruzo los dedos,
esperando que ninguno de los cientos de primos y parientes que aterrizan de vez
en cuando en el apartamento playero de los años 70, haya tenido la brillante
idea de querer utilizarlo en agosto. No quiero jolgorios ni dormir en sofás de
eskay porque, desde que te fuiste hace ahora 15 días, estoy especialmente
tierna y necesito más que nunca dormir de una vez por todas, curarme el
agotamiento de este proceso atroz y sobre todo sentirte, llorarte, escribirte y
recordarte como te mereces.
Estás en todas las cosas y no puedo
ni quiero evitarlo. ¿Qué quieres tomar?
–pregunta el camarero-. Un café con leche
en vaso –respondo-. Después, mirando la mezcla de líquidos a través del
cristal, me asalta la pregunta de si seremos tú y yo como el café con leche.
Ya
sé que es absurdo, pero se me ha cruzado por la cabeza el loco pensamiento de
que, sin preguntarnos, la vida no ha hecho otra cosa más que mezclarnos en un
peculiar vaso de recuerdos y olvidos. Es cierto que tú, con tu alzhéimer de más
de una década, fuiste olvidando miles de cosas, pero también pienso que yo, con
mi corazón adulto y curtido por cientos de batallas, más de una vez huí de la
esencia al recordar demasiadas. Yo negra como el café y tú, infantil y blanca
como la leche. Yo el oscuro disco de memoria que compensaba tus olvidos, en
tanto que tú, con tu pureza de niña, siempre has sido y serás el corazón y la
esencia clara de todas las cosas. ¡Mi madre-niña! ¡Mi querida y hermosa
madre-niña!
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